Diciembre llegó sin que Manuela se diera cuenta. Una mañana al despertar y mirar por la ventana, vio que las calles estaban llenas de luces navideñas.
Pero aquel año Manuela no estaba muy contenta. En casa le habían dicho que los reyes magos no podrían traerle muchos regalos. Había sido un año complicado y había tristeza por todos lados.
Su madre le había explicado que aquella navidad al resto de la familia no podrían visitar, ya que vivían en otra ciudad. Manuela seguía sin comprender, por qué aquello tenía que suceder.
Mamá le recordó el problema que había en el mundo entero con aquel virus extraño, y que era mejor no ver a los abuelos para manterse todos a salvo.
Pero todavía Manuela seguía confusa... claro que le daba pena no reunirse con su familia, pero cada vez que pasaba por delante de la juguetería, olvidaba el resto de las penas, al recordar que aquel año pocos regalos tendría. Se ve que los reyes magos también estaban preocupados.
Llegó el día de poner el árbol de Navidad. En casa pusieron música navideña, bebieron chocolate y cocinaron galletas de jenjibre, pero Manuela seguía confundida y triste.
Fue al desván a coger la caja de los adornos y entonces, junto a la ventana, vio que tras el cristal algo brillaba. Se acercó en silencio y descubrió una bola de navidad, donde unos duendecillos parecían caminar.
Sin preguntarse como había llegado hasta el alfeizar de la ventana, la llevó junto al árbol y la colocó sobre la chimenea apagada.
Cuando terminaron de adornar la casa, Manuela se sentó en el sofá y se puso a pensar en todo lo que se perdería aquella navidad. Sin que se diese cuenta, las luces de la bola de Navidad brillaron con más intensidad y los duendes la miraron con curiosidad.
¿Por qué aquella niña parecía estar tan triste y sola? ¡Era Navidad, eso no se podía tolerar!
Manuela se quedó dormida y al despertar se pegó un susto tan grande que casi se cae del sofá. ¡Sobre su barriga estaban los duendes de la bola de Navidad!
-Pero, pero pero, pero,- Manuela no arrancaba a decir nada más.
Los duendes rieron con ganas al ver a la niña tan alarmada.
-No te asustes Manuela, somos los duendes de la Navidad. Y estamos aquí para descubrir por qué el espíritu navideño, en ti no parece existir.
-Bah, navidad,- dijo Manuela desanimada,- este año es muy raro y no tendré apenas regalos.
-¿Y eso es lo que más te preocupa?,- dijo uno de los duendes enfadado,- ahora entiendo por qué la navidad no es de tu agrado.
-Bueno Manuela para eso hemos venido,- dijo el otro duende, que parecía más tranquilo,- la verdadera felicidad de la navidad, con nosotros la vas a encontrar.
Llegó la hora de acostarse y Manuela se despidió de los duendes, que tenían mucho trabajo pendiente.
Sin que Manuela se diese cuenta, los duendes velaron su sueño y se colaron entre sus recuerdos. Después de mucho buscar, por fin encontraron un recuerdo de felicidad.
Al despertar Manuela fue hasta la ventana y abrió los ojos de par en par, al descubrir lo que pasaba. ¡Estaba nevando! Desde que se habían mudado de ciudad, aquello no había sucedido más. Manuela recordó emocionada el recuerdo que los duendes hallaran.
Era la noche de nochebuena y estaba con toda su familia reunida. Como cada año, comenzó a nevar y todos salieron al jardín a celebrar. Los regalos entonces no importaban, solo estar juntos y jugar era lo que daba la verdadera felicidad. Y la nieve había vuelto a su vida para hacérselo recordar.
Los duendes habían vuelto a la bola, o ¿es que solo había sido un sueño? Manuela se acercó y les dios las gracias y la bola brilló llena de magia.
Su madre y su padre fueron a buscarla y salieron a la nieve a jugar. Por fin la Navidad comenzó a mejorar.
Continuará....
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