La primera vez que Lía e Inés vieron el mar, jamás lo iban a olvidar.
Fue el primer año que pasaron las vacaciones en la casa de los veranos.
La casa estaba tan cerca de la playa, que se bañaban en el mar cada mañana.
Grandes castillos construían siempre antes de desayunar, pero las olas no los tardaban en derribar.
Lía e Inés imaginaban que al mar mucho les gustaba y por eso a su casa se los llevaba.
Una noche de luna llena, su mamá tuvo una gran idea.
-Esta noche tan especial, podemos sentarnos en la arena y contar historias.
Todas las historias fueron maravillosas, pero la de la madre fue elegida como la mejor de todas.
El cuento trataba sobre unas diminutas figuras de luz que debajo de la arena habitaban. Gracias a ellas, la arena tenía esa tonalidad dorada.
-¿Y las podremos conocer mamá?,- preguntó Inés.
-¡Uy son muy precavidas y no se dejan mucho ver!,- respondió la mamá misteriosa.
Cuando se fueron a dormir Lía e Inés estaban tan nerviosas, que antes del amanecer ya estaban despiertas otra vez.
Sin hacer ruido salieron a la arena y con una lupa comenzaron su faena. El color de la arena todavía estaba apagado, las diminutas figuras estarían aún descansando.
Pero las niñas estaban tan cansadas que el sonido de las olas del mar les hizo querer dormir más.
Cuando poco les faltaba para caer dormidas, de la arena surgieron las diminutas figurillas.
-¡Vaya, vaya! ¿A quien tenemos aquí?,- dijo una mientras caminaba hacia las hermanas.
-Soy Merilí y esta es mi tribu, Las Hadarenas. ¿Puedo preguntar quienes sois y que hacéis aquí?
-Pues, pues, pues,..- Lía se puso tartajosa e Inés le tuvo que dar un suave golpe en la espalda, para que por fin arrancara,- pues... Yo soy Lía y ella es mi hermana Inés, y hemos venido a la playa a pasar el verano.
-¡Lo sabía, ya estamos de nuevo!,- gritó enfadada otra Hadarena.
-Calma, calma hermanas,- pidió Merilí mirando a las niñas muy interesada,- no tenemos nada que temer, me parece que conozco a estas niñas muy bien, son del clan de Elena y Gabriel.
-Elena y Gabriel son nuestra abuela y nuestro abuelo,- dijo Inés.
-Exacto, fueron las primeras personas altas que conocimos y de las que nos hicimos amigas,- explicó Merilí,- Luego llegó vuestra madre y con vosotras la tradición de la familia continúa.
Las Hadarenas saltaron de felicidad alrededor de las hermanas, pues nueva ayuda llegaba.
-Vuestra familia siempre nos ha ayudado a mantener limpia la playa. Cada mañana paseamos por la arena y ayudadas de la magia de nuestra unión, hacemos del mundo un lugar un poco mejor.
A Lía e Inés les encantó la idea y pronto estuvieron preparadas para empezar la jornada.
-Hay que hacerlo rápido antes de que lleguen los visitantes,- les dijo otra Hadarena guiñándoles un ojo.
El sol se quedó un buen rato quieto, como si quisiese darles más tiempo.
Cuando por fin la arena volvió a estar dorada, las Hadarenas se despidieron y desaparecieron. Desde entonces cada mañana de aquel verano repitieron juntas el trabajo.
Pero el otoño se acercaba y Lía e Inés tuvieron que despedirse, no sin antes prometer que volverían a reunirse.
Aquel verano no fue el mejor de Lía e Inés, pero sí el primero de otros maravillosos que llegaron después.
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