Érase una vez una familia de ardillas en un bosque donde vivían de maravilla.
Las ardillas querían tener cada vez más cosas en casa, y para construirlas a los árboles del bosque talaban.
Allí también vivían la familia de búhos, la de liebres y la de ciervos, y todas talaban árboles, para tener muchas cosas que les pusieran contentos.
Un serio problema se veía venir, pues el bosque cada vez más vacío y triste lo podían sentir.
Los animales no entendían que pasaba, mientras nuevos árboles talaban.
Un día, las ardillas estaban haciendo una nueva cosa innecesaria, cuando se dieron cuenta que en el hueco de un árbol que habían talado, el suelo estaba muy mojado.
La ardilla hija dijo que había visto al árbol llorar mientras lo cortaban, porque en realidad esa madera no la necesitaban.
-La tierra está mojada por las lágrimas que el árbol derramaba,- dijo la ardilla hija.
La madre ardilla, anunció que haría al bosque una llamada y se reuniría con todas las familias.
Jamás hubieran pensado que los árboles pudiesen estar tristes y llorar, ¡aquello lo tenían que solucionar!
En aquella reunión los animales admitieron que árboles y ramas cortaban, para hacer cosas que realmente no necesitaban. Y la tierra por eso estaba llena de lágrimas.
-Hemos usado los árboles sin ton ni son, y ahora tenemos un gran problemón,- dijo el papá liebre.
-Habíamos olvidado lo felices que éramos rodeados de árboles. Ahora apenas encuentro ramas sobre las que posarme,- dijo la mamá búho.
-¡Menos mal que nos hemos dado cuenta! Todavía no es tarde para que solucionemos este problema,- añadió el papá ciervo.
Aquel día las familias de animales tomaron la mejor decisión. No cortarían más árboles, a no ser que no hubiera otra solución. Y llenarían todos los huecos que habían dejado atrás, con nuevos árboles que crecerían y vivirían mucho más.
Desde entonces el cielo fue más azul, el aire más limpio estaba y el bosque se lleno de luces alegres que antes estuvieron tristes y apagadas.
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