top of page
Foto del escritorElvira y Gema

MILA LA MILAGROSA.

En un pueblo llamado Clementina, hacía tiempo que las sonrisas andaban perdidas.

Todo estaba triste y apagado. Ni siquiera podía escucharse el canto de los pájaros.

Las flores no se podían oler y las nubes un día sí y otro también, al sol se empeñaban en esconder.

¿Qué ocurría en Clementina? Ni siquiera lo sabían las adivinas.

Mientras tanto los días pasaban y la tristeza a nadie abandonaba.

Una noche las nubes comenzaron a moverse de forma muy lenta.

De repente una brisa juguetona se coló entre ellas y bajando al suelo, provocó un remolino de viento.

Cuando el remolino se calmó, algo sucedió que describiré a continuación:

Allí de repente apareció una señora con sombrero de copa y cabello de grandes ondas.

La extraña señora sacó de su chaqueta, hojas con algo escrito que fue pegando en cada puerta. La señora del sombrero de copa, caminó por todas las calles de Clementina con pasos alegres y decididos, pues tenía muy claro su cometido.



Cuando la mañana llegó todo el mundo leyó lo que estaba escrito, prestando mucha atención.

“Si la alegría queréis recuperar, dejad de remolonear. Os espero con una gran sonrisa en la plaza de Clementina”.

Todos querían averiguar quien había escrito aquel titular. Pues nadie sabía a que se debía, aquel extraño anuncio que les prometía recuperar la alegría.

Al llegar al lugar señalado, encontraron a la señora del sombrero de copa. Ésta les esperaba riendo y sacudiendo una varita con empeño.

-¡Qué bien que hayáis venido! Soy Mila la Milagrosa y vengo a enseñaros una magia muy poderosa,- dijo inclinándose ante los presentes y las nubes de su sombrero y su chaqueta parecían que se movían con ella.- Es mi intención que cuando me vaya, todos sepáis practicarla. Es muy fácil de seguir, solo la tenéis que sentir.

Mila la Milagrosa se acercó a cada uno de los habitantes del pueblo y con gracia bailaba entre ellos. Su voz era una canción constante que les recordó las cosas más importantes. Clementinos y Clementinas escucharon atentos todas sus rimas.

-Mirad lo que traigo aquí,- dijo la Milagrosa, señalando su sombrero de copa,- Un cielo azul calmado sobre mi tejado, con nubes blancas que cuando hablo se quedan calladas. Pero eso sí, escucho pajarillos ¿dónde estarán? Porque no los puedo ver. Dígame señora cubierta de harina ¿puede usted oírlos entre mis rimas?, - le preguntó a la panadera del pueblo. Doña Inés rió divertida mientras escuchaba el piar también de maravilla. - Quizás estén durmiendo bajo mi sombrero,- le dijo a Don Antonio el relojero.

Don Antonio, quien vestía un camiseta muy entallada pues era tres veces menos su talla, señaló el sombrero de Mila que por arriba se abría.

Decenas de pajarillos del sombrero de Mila fueron saliendo.



-¡Oh que bonitos son!,- exclamó la profesora Pilar sin dejar de saltar.

-¡Pim pom pom, mi varita explota de emoción! Los papelillos llenan de alegría mis ojos y de risas mi corazón. Creo que en Clementina habéis dejado de soñar. Así que los papelillos de mi varita se quedarán por aquí volando unos días, haciéndoos compañía.

-¡Ay se me olvidaba, algo igual de importante! Todos tenemos una cremallera que guarda algo muy interesante. La mía es muy coqueta, mirad donde la guardo con gran cautela... pero, pero, pero, ¡ya has vuelto a esconderte de mí granujilla!,- Mila buscó en su chaleco y su pantalón, con gran contradicción,- ¡siempre se esconde de maravilla!

-¡Ahí ahí, en tu chaqueta!,- señalaron Pao y Cris, las dueñas de la tienda de vestir.

Mila por fin encontró la cremallera y al abrirla brotaron montones de carcajadas sinceras.

Al escuchar las risas multiplicadas, las personas que vivían en Clementina, buscaron también sus cremalleras divinas. Cuando las abrieron, el pueblo entero se llenó de alegría de nuevo.

-Y con esta alegría ya me despido, espero que el rato haya sido divertido. Tened siempre vigilada a la huidiza cremallera, no dejéis que mucho se esconda o se llenará vuestra vida otra vez de penas. Para no perderle ojo, prestad atención al consejo que os otorgo: cada día recordad las pequeñas cosas que os hacen feliz: la luz del cielo, los colores de la naturaleza, el verano, la familia, una fiesta de cumpleaños... pero sobre todo no olvideis dejar de sentir, no olvideis la alegría de vivir.

Mila la Milagrosa desapareció envuelta en un remolino de rosas. Y desde aquel día en Clementina podías encontrar sonrisas por todas las esquinas.





148 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page